Todo empezaba a tornarse
extraño de repente. Notaba el frio correr por mi piel, cómo se me erizaba el
vello y los escalofríos dominar mi cuerpo. Fruncía el ceño, ya que empezaba a
oírlas otra vez... Miraba a todas partes y a ninguna.
- Debes matarte - Dijeron
entre susurros - No vales nada.
- No, no es cierto - contesté
insegura.
- Das pena. Molestas a todos
a los de tu alrededor.
- Eso no es suficiente. No
eres suficiente, no deberías ni existir.
Me tapé los oídos con las
manos, me cogí del pelo fuertemente.
- Callad... Callad...
Pero los susurros seguían
dentro de mi cabeza. Y de pronto, apareció él.
- Si estoy aquí será por
alguna razón. – dije
- Has nacido para morir.
Cobarde, egoísta. Ni siquiera eres capaz de acabar con tu propia vida por el
bien de los demás.
- ¿Soy cobarde...?
- Claro que lo eres, gorda
de mierda.
- ¿Debo hacerlo? ¿Debo
hacerlo?
Rodeé con mis brazos las
piernas, era una forma de sentirme más segura, y comencé a balancearme sobre mi
misma en el suelo de mi habitación de puro nerviosismo.
- ¿Silvia?- Seguía ausente,
mirando al vacío. -¿Silvia, sigues aquí? – Volvió a preguntar mi psiquiatra del
hospital. Le respondí con la mirada. Al relatar el hecho me había ido por
completo.
- Háblame de ese ser. Tus
amigos lo llaman Boggart, ¿verdad?
- Sí. Como en la película de
Harry Potter. Pensaron que era una buena forma de llamarle.
- ¿Por alguna razón en
especial?
- Sí. Un Boggart es una especie de ser que adopta
la forma que más te aterrorice a ti mismo en especial, pero si le hechizas con
un conjuro le ridiculizas, adoptando este otro aspecto y así ya no te da tanto miedo.
- Entiendo... - Anotó en el
ordenador sonriendo. – Y dime... ¿Qué aspecto tiene?
Mi cara empezó a cambiar
hasta tener un aspecto serio. Le recordé en mi mente, y a duras penas le
describí.
- Es... Alto, y muy muy
delgado. Se le marcan las costillas, los hombros y las rodillas. Tiene la piel
amarillenta y rugosa.
-¿Tiene cara?
- Sí... – Dije con la voz
temblorosa – Sus ojos son grandes y redondos. Su boca es enorme y me sonríe
desde lejos con sus dientes afilados y puntiagudos.
El psiquiatra apuntaba todo
con gran velocidad, y no paraba de prestar atención a mis palabras.
- ¿Hay alguna forma de que
desaparezca? – Preguntó curioso el médico.
- Ridiculizándole suele dar
resultado. – Contesté.
-Cuéntame cómo le
ridiculizas.
- Le imagino con las uñas y
los labios pintados de rosa. Ah sí, y con un gorro de Papá Noel rojo.
Los dos echamos a reír
levemente.
Me miró fijamente respondió esa pregunta que nadie en la vida
me había dicho ni esperaba que me dijese nunca.
- Lo prometo...- y tendí su
mano a modo de promesa.
- Seguiremos trabajando el
próximo día esto. Puedes volver a tu habitación. – Sonrió satisfecho.
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