jueves, 21 de enero de 2016

Las barreras del amor

Nunca pensé que llegaría ese beso. Ese beso tan intenso, en el que nuestros labios bailaban bajo la lluvia al ritmo en el que las gotas caían levemente sobre nuestra piel y nuestra tez fría, pero a la vez ardiente por la muestra sorprendente de pasión de ambos. Pavlik me agarró por la cintura, y sí, en ese instante sentí que el tiempo se hacía infinito. Nos miramos fijamente, he de decir que amaba el mar azulado que tenía en sus ojos. Pronunció mi nombre algo entrecortado y me dijo un ‘’te quiero’’ vergonzoso. Yo sonreí y le respondí que qué íbamos a hacer. Vivíamos en un pueblo ruso de tradiciones conservadoras, en donde la homosexualidad no estaba nada bien vista. Los dos nos quedamos pensativos, pero después nos dejamos llevar por el momento de nuevo, no era momento de preocuparnos. Con que nuestras familias no lo supiesen, bastaba. Nos despedimos y separamos de camino para finalmente dirigirnos a nuestras casas.
No lo podía creer. Él era todo lo que había soñado: alto, guapo y polifacético. Tenía el pelo abundante y rubio, mientras que sus ojos color mar acompañados de sus labios finos y rosados, inspiraban ternura. Tocaba el violín y le gustaba la música indie. Sencillamente genial. Mientras, yo era más bien todo lo contrario: tenía el pelo color azabache y un par de esmeraldas por ojos. Tocaba la guitarra y me gustaba la música alternativa. Pero sí teníamos algo en común, nuestras familias. Eran bastante conservadoras en cuanto a tradiciones se refería, y de temperamento frío como la temperatura de nuestro país. Mi padre y el suyo eran muy homofóbicos, al igual que la sociedad, lo cual no entendía.
Me sentía como un pecado, como un error, como una decepción para mi familia y para lo que sería en un futuro. Pero al mismo tiempo no me importaba. Le tenía a él. Solo él y yo y nuestro pequeño pero gran secreto.
Pavlik y yo teníamos encuentros nocturnos. Ambos nos escapábamos de casa cada noche. Íbamos a una cabaña de madera que construíamos de niños en un bosque cerca de nuestras casas. Era preciosa, acogedora y muy de nuestro estilo. Tenía colgados en las paredes posters de nuestros grupos preferidos, un altavoz para escuchar música, una alfombra roja donde sentarse justo en el centro y un par de sillas en los rincones, así como un pequeño armario donde guardaba licores y varias bebidas y un sofá-cama verde oscuro. Todo eso no era mucho, pero seguía siendo  mucho más de lo que necesitábamos.
Esa noche iba a ser especial. Los dos habíamos dicho que no íbamos a dormir a casa, que lo haríamos en casa de un amigo, pero en realidad la pasaríamos juntos. Nos sentamos en el sofá, y mientras escuchábamos música, reíamos, nos besábamos, bebíamos, nos abrazábamos... Así hasta la madrugada. Hablamos de forma cómica de las horribles formas de pensar tan cerradas de nuestros conocidos y familiares. Les imitábamos, hacíamos muecas extrañas y copiamos su voz. También pensamos en mantener todo eso en secreto hasta que nos fuésemos a estudiar a la universidad y nos fuésemos de casa. Al fin y al cabo nos quedaba menos de un año para acabar todo ese infierno.
De pronto la carcajada se tornó a una sonrisa tímida pero sincera. Le acaricié la cara y el pelo y comencé a besarle, lo cual él me respondió quitándome la camisa. Yo hice lo mismo poco a poco. Y así, nuestros cuerpos se unieron por primera vez de verdad y con amor puro, piel con piel, a las dos de la mañana de ese mes de agosto.
Me desperté con los primeros rayos dorados de sol que se colaban por la ventana trasparente. Pavlik aún seguía plácidamente dormido.
Me levanté intentando no despertarle, cogí café del termo y empecé a bebérmelo con ganas. Me fijé en lo perfecto que era todo, pero no sabía que aquello duraría poco y que lo trágico solo estaba por llegar...
Pavlik abrió los ojos, le di un ‘’buenos días’’ cariñoso junto con un poco del café que había sobrado, el cual aún seguía caliente.
Encendí el altavoz de nuevo para espabilarnos, y comenzamos a vestirnos. A las dos horas ya estábamos saliendo de la cabaña para dar un paseo matutino. Íbamos de la mano, como de costumbre. Paramos en un tronco para sentarnos. Nos estábamos besando cuando de pronto oímos algo a nuestras espaldas.
Era un grupo muy conocido en la ciudad de radicales homófobos rusos. Estábamos impactados, ya que no había escusa que valiese para justificar nuestro gesto. Tras varios insultos y gestos de asco y desaprobación empezaron a perseguirnos por todo el bosque con el objetivo de agredirnos. Corrimos todo lo que pudimos pero yo fui alcanzado. Mientras me empujaban y me retorcía en el suelo por cada golpe que recibía, gritaba a Pavlik que corriese, que no se detuviese, el cual por suerte hizo caso.
Cuando pensé que ya no podía soportar más golpes, se detuvieron y se fueron satisfechos. Cuando me levanté tenía moratones por todo el cuerpo, la nariz sangrando y heridas por la frente y debajo del labio inferior. Por el camino me rompía la cabeza para decidir qué hacer, si decir la verdad a mi familia o inventarme una excusa. Opté por lo más complicado. Hice de tripas corazón y entré en casa. A duras penas expliqué lo que había pasado. Mi padre me respondió con un bofetón y con un ‘’sube a tu habitación y afróntalo como un hombre de verdad, si es que lo eres’’. Les oí discutir desde arriba sobre lo que les había dicho. Me sentía tan incomprendido...
Esa noche se lo conté a Pavlik por teléfono, el cual se preocupó mucho. Le entró miedo de contárselo a su padre. Y le entendía bien. Desde que su madre murió, su padre se dio a la bebida y de vez en cuando recibía palizas cuando llegaba con varias copas de más a casa.
Días después fui a su casa después de una discusión con mis padres. Últimamente era insoportable estar en casa con tanto grito y desaprobación. Esta vez, derrumbado y con lágrimas en los ojos toqué el timbre. Al entrar al hall, me abrazó como nunca lo había hecho, lo cual me reconfortó. Fuimos a su habitación y allí me brindó con los besos y caricias más dulces que puedas encontrar. La música estaba tan alta que por desgracia no oímos la puerta de abajo y cómo su padre llegaba tambaleándose.
Oímos la puerta de su habitación abrirse con gran estrépito. En el umbral estaba su padre con una botella de vodka blanco en la mano derecha y con el puño izquierdo que se cerraba al ver que nuestras manos estaban entrelazadas. Se acercó hacia nosotros con rabia. De pronto me agarró de la camisa y me echó de la habitación. Cerró la puerta y puso una silla para que mis esfuerzos de tratar entrar fuesen en vano. Mientras dejaba salir de su boca con olor a alcohol insultos y tacos, escuché los golpes que le propiciaba con el cinturón a Pavlik, el cual llorando suplicaba que parase.
Bajé las escaleras asustado, no sabía qué hacer, solo corrí calle abajo.
Cuando me sentí más seguro solo pedí hacia mis adentros que Pavlik estuviese bien, pero en ese mismo instante me sentí terriblemente culpable por haberle dejado allí con ese monstruo, aunque tampoco podría haber hecho nada salvo gritar. Puede que hubiese sido mejor que huir al fin y al cabo...
Ralenticé el paso y vi como todo el mundo me observaba. ¿Serían imaginaciones mías? Vi amigos del instituto, conocidos y vecinos, los cuales me miraron con asco y me insultaron tras oír a mis espaldas un ‘’asco de gay’’, ‘’maricón’’.
Se me saltaron las lágrimas y solo pude retenerlas al entrar en casa, aunque mis ojos rojos y vidriosos me delataban.
Llegó la noche y Pavlik no me cogía el teléfono. Supuse que estaría dormido. Había sido un día duro, por lo que también opté por lanzarme a los brazos de Morfeo más temprano que de costumbre.
Cuando desperté mi madre entró en mi cuarto levantando la persiana. Abrí los ojos dificultosamente, la luz me cegaba. Observé que había una carta encima de mi mesita de noche. ¿La habría dejado mi madre antes? La abrí y me di cuenta de que en la carta de tono blanco puro se fundía la tinta negra y letra similar a la de Pavlik. Leí con impaciencia:

Querido Gavrilovich:
Este es mi último adiós para ti y para todos. Ya no me queda nada salvo tu amor incondicional e infinito, tus besos y reconfortantes abrazos. No soporto más vivir en este mundo tan cruel en el que he nacido. Desde que mi madre se fue todo se ha hecho más difícil, y lo sabes mejor que nadie.
Sé con certeza que seguirás trabajando en la cabaña como siempre hemos hecho juntos, sé que encontrarás a otro a quien amar, a otro al que querer, a otro al que abrazar. Pero yo no te convengo, de hecho, no debería de estar en la vida de nadie. Debería desaparecer. Solo soy un homosexual, un inadaptado en esta sociedad tan homófoba que nunca cambiará.
Tú eres fuerte, y estoy seguro de que cumplirás todos tus sueños a pesar de las barreras que se interpongan en tu camino. Siempre has sido el que tiraba de mi cuerpo tendido en el suelo para que no me cayese aún más al agujero oscuro que era mi alma. Pero ahora me he rendido. Y ya no hay vuelta atrás.
Te quiero y te querré siempre hasta el final de mis días y hasta la eternidad, que es la muerte.
Guardaré esos años, siempre; y el amor, siempre; y las horas...
Adiós.
Pavlik

Me asomé a la ventana de mi cuarto y vi como una ambulancia y un coche de policía estaban aparcados en frente de la casa de Pavlik.
Corrí apresuradamente, salí de casa y me dirigí a la de Pavlik.  Me quedé petrificado al ver un cuerpo tapado con una sábana blanca sobre la camilla. Caí al suelo de rodillas y rompí a llorar como nunca antes lo había hecho. ¿Cómo había podido suicidarse? ¿Cómo era posible que mi único y verdadero amor hasta entonces se hubiese ido para siempre? Un grupo de asistentes de la ambulancia me atendieron, respondiéndoles a que Pavlik había sido mi mejor amigo. Me tranquilizaron y hablaron conmigo hasta que estuve más calmado, y ya entonces pude dirigirme a casa.
Mi madre me dijo un ‘’lo siento mucho’’ con la mirada, y me abrazó con ganas.
Subí a mi cuarto con parsimonia. Podría haber llenado el mar entero con las lágrimas que había derramado solo en esas horas. Me dirigí a mi cuaderno de poesías y ensayos, y escribí para distraerme y desahogarme. Aunque bien era cierto que Pavlik no se iba de mi cabeza en ningún momento.

Eran las dos de la mañana y aún no me había dormido. No podía darle vueltas al acto mortuorio de mi novio y sobre mi destino.
¿Y si debiese morir yo también? Mi padre, mis vecinos y los que creía amigos y compañeros me repudian e insultan, además de no aprobar mi orientación sexual. La sociedad está corrompida, y no hay sitio para mí en este mundo en el que tal vez nunca debiese haber existido. Tal vez yo fuese el causante de la muerte de Pavlik al fin y al cabo...Yo dejé que su padre le pegase y estoy seguro de que ese acontecimiento fue la gota que colmó su vaso lleno de lágrimas y dolor. Si hubiese estado más atento esa noche anterior tal vez le podría haber detenido. Pero no lo intuí, no hice nada.
¿Y si debiese escapar? Escapar de este pueblo, de este tortuoso recuerdo, puede que incluso de este país. Cumplía dieciocho años en unas semanas, no sería complicado empezar una nueva vida. Encontrar cualquier trabajo, dejar los estudios o incluso seguirlos en otra parte, comenzar con el dinero que tengo ahorrado y comprar un pequeño piso. Pero sobre todo escapar de esta vida y de este lugar que me tiene tan ahogado. Tan ahogado como sabía que Pavlik lo estuvo.  
¿Amar, olvidar, vivir, o escapar?

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