domingo, 7 de febrero de 2016

Ella, luz tan pura; yo, incandescente soledad

En ese momento se alzó el sol en la mañana y de forma poco inesperada, apareció mi pequeña antagonista: la soledad. Pero de pronto una luz blanca y pura apareció de la nada. Sí, eras tú.
Tan escurridiza, tan preciosa a la vez, tan rítmica, como un ángel con dotes de diosa. Me quedaba embobado con tus movimientos Yo te alzaba del suelo y dábamos vueltas. Nuestros corazones palpitaban cuando nos juntábamos, pero de pronto desaparecías, regresabas  volvías a aparecer de nuevo. Era un círculo sin fin en el que no sabía cuánto iba a durar aquel sueño hecho pesadilla en su misma materia.
Se hizo de noche, y de nuevo me encontraba con la dolorosa soledad, pero en el reflejo de la luna, de una sombra blanca apareció tu cuerpo con unas alas de ángel enormes y tan bonitas como ella. Cayó sobre mi silueta dejando tras de sí un manto de plumas blancas como la nieva y ligeras como el aire.
Volviste a aparecer y esta vez tu silueta era táctil, real. Esta vez te quedaste, esta vez ya no eras de nadie, sino de ti misma y de los dos. Pero yo debía irme a pesar de que hacías revivir a mi corazón de una forma casi inaudita.  Yo debía dejarte para siempre...

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