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Llega el invierno, y como siempre mi corazón se enfría con la estación. Siempre las cosas van mal en esta temporada. Me siento vacía a pesar de que amo la pureza de la nieve, el paraje oscuro y la niebla que se enreda en las ramas de los pinos.
Puede que sea porque me siento identificada con el tiempo: gélido, triste, sin luz...
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En noviembre y diciembre todo el mundo tiene una bola de cristal de nieve en su alma. De esas que embelesan a todo niño pequeño, y no tan pequeño, con su claridad, su transparencia, sus copos de nieve o los pequeños destellos de purpurina cayendo sobre una casita o un pino nevado en el centro.
Yo solo poseo una espesa niebla de la que es imposible ver.
Mi alma, a diferencia de otros, es un paraje opaco, es una palabra que nadie desea pronunciar, una boca que no sonríe, un mar en el que nadie quiere navegar, un cielo en el que nadie desea volar...
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