Recorres el maravilloso follaje de Burgos que tanto te relaja.La nieve del verano, o coloquialmente las pelusitas que los árboles desprenden, caen levemente por todas partes dejando una alfombra blanca de puro algodón. Las plantas se sumen entre ellas, al igual que el aire las transporta como luciérnagas puras sin luz. ‘’ Parece estar nevando’’, te dices a ti mismo.
Sigues recorriendo el camino y observando como si estuvieses en una feria de libros, observando cada planta, cada flor rosada, cada pequeño detalle de ese atardecer de color anaranjado a las siete en punto. Puedes percibir las hojas mecerse unas contra otras con ese sonido hipnótico tan parecido al de una cascada infinita. La luz de pronto se alza y se baña en la frondosa hierba y en su nieve veraniega; el viento se siente celoso de la belleza que este crea y levanta de un mágico movimiento a todas las bolitas blancas iluminadas de color dorado.
Y así, las hojas, el viento, la luz y la nieve de esa tarde de verano de mayo, todos los elementos se comprometieron para formar la perfección en sí misma.
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