domingo, 20 de septiembre de 2015

La magia otoñal ha despertado en Burgos

El otoño despierta en Burgos entre los meses de octubre y noviembre.

Las calles se tiñen de tonos dorados y castaños, quedando algún que
otro brote verde entre las húmedas hojas de los árboles, esos centenarios que nos regalan el oxígeno para vivir y que se muestran de la forma más hermosa durante esta estación.
Los trinos de los pájaros aún pueden oírse en días poco ventosos, y si no es así, nuestro más frío pero conocido amigo burgalés, el viento (llamado por algunos burgaleses ‘’el Norte’’ o ‘’El Cierzo’’) se pondrá en movimiento recorriendo la ciudad, azotando nuestras bufandas y fulares.

Los débiles y tardíos rayos de luz se avistan dificultosamente entre los recovecos de la abundancia de hojas sin caer; y por todos los caminos se extiende una espesa alfombra del color del sol y del caramelo más dulce.
Los días lluviosos de esta tercera estación del año también son hermosos, días en los que caen numerosas gotas de agua pura como cristales fundidos en forma de espejo redondo, en el que se refleja de forma paralela el manto grisáceo de donde se han formado. Estas, a modo de carrera y a contrarreloj, recorren todo lugar que esté a su paso, dando brillo e intensidad al color de la vegetación otoñal. Incluso las hojas secas del marrón más desvaído brillan sin haber rayo de sol alguno.

El otoño da vida a todo lo que nos rodea, empapa nuestro ambiente de algo especial, y aunque sea como el fin del color y de la vida, (ya que da entrada al viejo y aletargado invierno) afortunadamente se repite cada año de forma cíclica.

Esta estación es digna de calificarse como mágica

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