Hacía frío y estaba nublado. Mi corazón iba tan deprisa que ni siquiera la música podía tranquilizarme.
Miraba la hora mucho más a menudo que la primera vez que tuve que coger un autobús sola. El humo del cigarro se confundía con el vaho que salía por mi boca; la cual estaba sedienta de sus besos, de sus palabras, de sus te quiero... Mi mirada era nerviosa, pero sé que al mismo tiempo brillante por la emoción.
Bajé la música un poco, había parecido oír el sonido del traqueteo de un tren en la lejanía. Miré hacia el horizonte. Las vías del tren esa mañana parecían asoladoras, pero yo las percibía preciosas solo por ser el medio que me conduciría hacia él de una vez.
Percibí en la lejanía la parte delantera de un tren. Me quité los cascos rápidamente. Mi pelo se balanceó al ritmo del viento cuando el tren se acercó a los transeúntes que esperaban al igual que yo. Bajé la mirada por miedo a encontrarme con la suya desde su ventanilla. Aunque no pude controlar mi curiosidad en cuanto vi que el tren frenaba.
Vi una persona en la lejanía. Era bastante alto en comparación conmigo. Reconocí esa expresión al instante.SU expresión.
Caminé hacia él, pero cuanto más me acercaba, mas aceleraba el paso hasta que acabé casi corriendo.
Me lancé a sus brazos y hundí mi cabeza en su pecho. Me rodeó con los suyos y entonces se me escapó una sonrisa tonta. Nunca en mi vida me había sentido tan protegida y reconfortada por un simple abrazo. Levanté la cabeza y le miré a los ojos. Eran de un color avellana aún más precioso de lo que imaginé.
No pude contenerme y le di un beso en la mejilla, lo cual le hizo sonreír de forma tímida.
A pesar de negarse, me ofrecí para ayudarle con el equipaje hasta que accedió. Le cogí de la mano y le conducí hacia la salida.
¿Todo esto estaba pasando de verdad? ¿Puede ser cierto el hecho de llegar a vivir tu propia fantasía?
En ese momento pensé que era la persona más feliz de ese 13 de enero. La persona más agradecida en una simple estación de tren solo con la presencia de una persona.
***
El café humeaba sobre la mesa de madera de forma casi hipnótica. Siempre pensé que una taza de café en los días fríos del duro invierno de esta ciudad eran un regalo. Pero lo que yo estaba viviendo sí era un regalo.
Conversábamos como nunca lo habíamos hecho. De temas banales,estúpidos, de nosotros, del viaje...
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Le acompañé a la habitación del hostal de nuevo. Le tiré a la cama de un empujón tras haber observado todos los rincones. Era luminosa y las cortinas blancas promovían a que la poca luz de ese día se colara entre aquel tejido vaporoso.
Me tumbé al lado suyo. Le acaricié la mejilla mientras sonreía y me perdí una vez más en sus ojos. Me hizo perderme en algo tan maravilloso que pude reencontrarme de nuevo tras varios años de agonía. Me devolvió el brillo a la mirada, y cambió el vacío y la tristeza de mis ojos por esperanza y ganas de vivir de nuevo.
En aquel instante se produjeron en mí un millón de emociones tan intensas como nunca antes las había experimentado. Me sentía como una mancha de acuarela que crecía y crecía, y que se degradaba en distintos colores a medida que descendía por mi alma. La tinta era él y el agua yo. Era un dripping de los más espontáneos, intensos, emocionales y de los más hermosos colores que puedas imaginar. Y él era mi artista, éramos arte juntos.
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